Para comprender el término personalidad como concepto y construcción sociohistórica, debemos comenzar por conocer su etimología. Según el diccionario etimológico de la Universidad de Salamanca, la palabra personalidad proviene de la palabra persona que viene del latín, que significa máscara usada por un personaje teatral. El latín lo tomó del etrusco, phersu y este del griego prospora o prósōpon, que también significaba máscara. A partir del siglo I a.c. pasó al latín con el significado arriba estipulado, y aparece en castellano para el año 1100 d.c. haciéndose popular y común su uso en la edad media. En la antigua Grecia las máscaras denotaban emociones, cada individuo mostraba una persona o prósōpon.
En el siglo XVII René Descartes influyó a la imagen de hombre y de mundo con su racionalismo, su universalismo mecanicista y su cogito cartesiano, donde su concepción dualista separa el cuerpo (material) y el alma-mente-espíritu como entidades distintas. Es a partir de Descartes que la filosofía se hace más psicologista, pues esta busca conocer la mente a través de la introspección, dando paso a la psicología como disciplina científica en el siglo XIX, donde se estudia la conciencia mediante el método introspectivo. Según Elias (1987/1990) este nuevo tipo de autoconciencia tiene consecuencias claras sobre la visión del hombre, ya que se le presentan dos papeles que debe cumplir, ante sí y ante el mundo, “el de conocedor y conocido, el de perceptor y percibido, [y] se hipostasian en los usos mentales y lingüísticos, hasta ser considerados como objetos distintos, cuerpo y espíritu, uno de los cuales habita dentro del otro.” (Errasti, 1978)
De ahí que la acepción de personalidad como la conocemos desde la aparición del individuo burgués en la modernidad sea una “ontología dualista”, ya no como máscara de teatro griego, sino como disfraz social, que esconde el carácter íntimo del “verdadero yo”, y por otro lado refleja el carácter social, el yo que debe cumplir con las normas esperadas del colectivo, como señala Errasti (1978). De aquí que la persona desarrolle un grado de “represión en el actuar” y separe los impulsos elementales hacia la acción y su ejecución motriz, dando paso a una “segunda naturaleza” que “toma la forma de analogías espaciales como ‘vida interior’ frente a ‘mundo exterior’, ‘fondo’ frente a ‘superficie’”. (Errasti 1978)
La idea de la personalidad o si se quiere, de la psicología de la personalidad aparece o “se detecta en las ciudades de la Europa del siglo XIX y que se mantendrá en aumento hasta la actualidad, es producto de un vasto proceso sociohistórico cuyos inicios pueden rastrearse en los cambios económicos y sociales propios de los comienzos del capitalismo” (Errasti, J. 1978). Con el acontecimiento del individuo burgués moderno aparece un nuevo ciudadano y hombre que “se define precisamente por esa parte íntima de su vida que ha sido retirada del escenario social” (Errasti, J. 1978). Surge un yo “auto e hipereflexivo” que solo se manifiesta en la intimidad y se piensa a sí mismo y se proyecta diferente según amerite el escenario social y la situación que se encuentre.
Esta ‘nueva persona’ que se define a partir de lo íntimo surge en el contexto del capitalismo, pues “el funcionamiento del capitalismo da lugar a un individualismo organizado alrededor de un ensanchamiento de la privacidad que encuentra en la estructura de la ciudad moderna el escenario idóneo para su establecimiento” (Perez Alvarez, 1992; citado en Errasti 1978). La persona social del mundo clásico va dando paso a la persona íntima, aislada e individual del mundo moderno que vive en la ciudad y experimenta la industrialización y un nuevo sistema económico-político. “Buena parte de los comportamientos que tradicionalmente habían sido realizados en presencia de los ‘otros’ pasan ahora a considerarse íntimos, y a realizarse en soledad o en un círculo muy selecto de compañías” (Bejas, 1998; Pérez Álvarez, 1992; citado en Errasti 1978). Este proceso de individuación dio origen al “homo psicologicus” y a la “persona individual psicológica” que según Errasti (1978) por vez primera en la historia goza de un espacio y de unos objetos personales sobre los que se construye la identidad aislada del individuo. De este momento en adelante el concepto de personalidad será el nuevo marco para estudiar al ser humano y poder explicarlo y controlarlo en la sociedad capitalista contemporánea.
Con la aparición de la psicología de la personalidad se da comienzo a la institucionalización del estudio de los individuos de manera total e integrada y de forma empírica. Según Saal (1986) existen tantas teorías de la personalidad como corrientes psicológicas y cada una de esta intenta ser comprensiva y totalizadora. Errasti (1978) y Saal (1986) afirman que el interés por la persona como una totalidad es muy antiguo siendo objeto de discusiones, debates y reflexiones filosóficas durante siglos. Sin embargo, no es hasta principios de siglo XX, comienzos de 1930 que ocupa un lugar central en el campo científico y se presenta como concepto. Se desarrollaron diversas tipologías como índices que intentan clasificar los tipos ideales de individuos. Estas tipologías se basan en supuestos muy diversos, y su valor es descriptivo y operacional ya que buscan estipular pautas para predecir conductas, y comportamientos. Para Errasti (1978) la personalidad es la diferencia individual que constituye a cada persona y la distingue de la otra, así como el conjunto de características individuales o cualidades originales. Al momento la personalidad/subejtividad ha sido concebida como algo unificado, íntegro, absoluto, inmutable, de características visibles, y considerada como una entidad.
Según Saal (1986) la psicología de la conciencia dio su espacio a la nueva psicología de la conducta, cuyo objetivo era lograr una eficiente adaptación e integración del hombre a su contexto sociohistórico y los modos de producción vigentes. Las teorías psicológicas del momento no lograban predecir, ni prevenir los conflictos laborales por lo que las nuevas psicologías debían tratar de integrar al hombre en su nuevo contexto empresarial. Para ejemplificar, Gordon W. Allport definió la personalidad como “la organización dinámica, dentro del individuo, de aquellos sistemas psicofísicos que determinan sus ajustes únicos a su ambiente” (Saal, 1978). Esta definición parte de lo interior del individuo, la cultura y el ambiente son secundarios y entran “en consideración una vez interiorizada como un conjunto de ideales, actitudes y rasgos personales”. La personalidad para Allport era considerada como un carácter persistente y único garantizado por los sistemas psicofísicos, “como una estructura jerárquica que integra distintos niveles de complejidad”. Su postura se basa en una psicología de rasgos, donde existe una relación entre la constitución orgánica y la conducta de la persona, su definición asume premisas de la visión organicista, humanista y conductista.
Para J. C. Filloux la personalidad es “la configuración única que toma, en el transcurso de un individuo, el conjunto de los sistemas responsables de su conducta” (Errasti, 1978). Para Filloux la personalidad es integración, y tiene como base un supuesto biologista. Para este autor la integración se define como “madurez psíquica”. Filloux es influenciado por la teoría de la Gestalt y el neoconductismo. Estos autores (Allport y Filloux) son ejemplos de autores y psicologías de la personalidad que tomamos de la lectura de Saal (1978) para ejemplificar definiciones deterministas, y simple de la personalidad. Ambos conciben un yo íntegro y ordenado regidos por la lógica lineal y vertical de causa y efecto. Algunos de sus problemas han sido la fascinación por la individualidad y la integración, “que son las características ideológicas que alimentan la ilusión del yo autónomo, de los sujetos autodeterminados”. Por tanto, estas psicologías han podido elaborar modelos y descripciones, pero no han podido “descentrarse del hombre concreto, del objeto empírico del que se ocupan y al que, en consecuencia, no pueden explicar”. Igual que estos autores han existido otros que han desarrollados psicologías simples que no incorporan en su base una noción compleja del individuo y su sociedad y que no tienen una visión inclusiva.
Saal (1978) presenta la teoría y noción de la personalidad de Freud como una posición crítica que intenta descentrarse del hombre concreto. Freud define la personalidad como “nada más que su manera individual de reaccionar a las excitaciones del mundo exterior”. Freud postula que el yo como unidad resultante de un proceso evolutivo, continuo y pacífico es un ilusión. Freud rompe con la idea de que el yo cubre toda la unidad psíquica del sujeto, y define actividades extrañas al yo, como lo es el ello y el superyó. El yo lo sitúa entre las pulsiones sexuales, de vida y de muerte del Id o el ello y entre las exigencias del mundo exterior y la tradición autoritaria y cultural del superyo. El yo se ubica en un espacio intermedio en una topología de tres dimensiones complejas, donde no todo está integrado, se resiste, no es autosuficiente, y tiene que resistirse a las pulsiones y deseos que deben ser reprimidos para convivir en comunidad. Estas represiones son el origen del malestar psicológico, teoría que desarrolló en su libro El Malestar de la Cultura. Desde esta posición psicoanalítica el yo no es autónomo como en la psicología tradicional y positivista, tampoco el yo es central, ni único, ni integrado, sino es “un sujeto escindido” (Muñoz, 2009) y descentrado. Freud y el psicoanálisis reconstruyen la noción de personalidad exponiendo a un sujeto escindido y no homogéneo, que tiene un inconsciente que no puede medirse o explicarse por la superficie visible de su conducta.
Luego de este breve recorrido sociohistórico y de exponer varias propuestas de teóricos y disciplinas psicológicas, hemos visto brevemente la trayectoria de la noción de la personalidad cambiar con el tiempo y las exigencias sociopolíticas de cada momento. Se ha relatado una noción de personalidad de estructura simple e integrada a una nocion más compleja, crítica y comprensiva que considera lo exterior así como lo interior, lo incierto, el inconsciente, las pulsiones en conflictividad como parte de la estructura y la actividad psíquica de cada persona dando fruto a una noción heterogénea y singular de la personalidad.
Por Abelardo Hernández Martínez, M.A.
Referencias:
Errasti, J.M. (1978) Introducción a la Psicología de la Personalidad. Valencia: Promolibros.
Muñoz, A. (2009) Personalidad aún… desfundamentando los fundamentos. En Temas de la Psicología, Publicación del Departamento de Psicología.
Saal, F. (1986) “Análisis crítico de la noción de personalidad”. Psicología, Ideología y Ciencia. México: Siglo XXI Editores.
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